2El jueves 25 de agosto de 2016 fue el Día de la Sentencia. El Tribunal Oral Federal N°1 de Córdoba condenó a 38 de los imputados en el megajuicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los campos de exterminio La Perla y La Ribera, el Departamento de Informaciones de la Policía (D2) y otros sitios de esa provincia. Un dato relevante de la sentencia: los crímenes de lesa humanidad no se iniciaron con el golpe militar del 24 de marzo de 1976, sino antes, bajo un régimen civil de origen constitucional bajo el cual ya se practicaba el terrorismo estatal. El gobierno constitucional de la provincia de Córdoba había sido derribado por un golpe policial el 27 de febrero de 1974 y el Poder Ejecutivo Nacional de entonces ratificó la asonada con una Intervención Federal en vez de reponer a las autoridades legítimas.

Fueron 58 acusados –once fallecidos y cuatro apartados durante el transcurso del juicio–, entre militares y personal “civil” del Ejército, y policías de Córdoba. Se trataron los casos de 706 víctimas: 365 asesinadas o desaparecidas, 340 sobrevivientes y un niño nacido en cautiverio y robado que hoy tiene 40 años de edad y no ha recuperado su identidad. De los 43 procesados, 28 recibieron prisión perpetua, entre ellos el ex general  Luciano Benjamín Menéndez (ya con 14 condenas similares), el ex mayor Ernesto Guillermo Barreiro – ex jefe de espionaje y ex jefe de interrogadores – el ex capitán Héctor Vergés (también ex jefe de espionaje y torturas) y otros militares, policías y personal “civil” de las Fuerzas Armadas. Otros diez represores recibieron condenas menores y cinco fueron absueltos.

El juicio duró casi cuatro años, declararon 581 testigos, de los cuales 342 son sobrevivientes. Se estima que unas 2.500 personas estuvieron cautivas en esos centros de exterminio, pero dada la clandestinidad en la que operaban los criminales, su número no se puede precisar. Esta breve Crónica del juicio al terrorismo de Estado en Córdoba  no sólo deja en evidencia un horror difícil de imaginar, sino además revela pruebas judiciales del protagonismo criminal de empresarios, funcionarios y magistrados judiciales, eclesiásticos, políticos y funcionarios estatales. Culminó una etapa. El mismo proceso judicial abre las puertas a otros tan necesarios como éste, porque parte de las denuncias de los testigos implican directamente a los que desde las gerencias de las empresas, dependencias públicas o jerarquías eclesiásticas, señalaban a las víctimas y ordenaban los crímenes, así como a los encubridores de los crimines en los estrados del Poder Judicial. Y siguen impunes.

Para las jóvenes generaciones – o para quienes vivieron la época y alegaban que “no sabían” lo que pasaba – vaya esta breve crónica de ESTO QUE PASÓ AQUÍ. Porque el negacionismo del genocidio es como un virus endémico que la ideología dominante reproduce a cada instante. Si el pasado se ignora, el presente es una trampa de los que alegan que “no tienen idea” de nuestro pasado reciente. Si tenemos memoria tendremos futuro e historia.

A modo de ejemplo y anticipo, fragmentos de un testimonio:

“En esos tres días y medio fui sometida a todo tipo de torturas, con electricidad, me ahogaron en agua, en un momento incluso me tiraron agua caliente en las piernas; y allí también fui violada”, relató la testigo. “Como yo no quería abrir las piernas, me quedaron las marcas de las uñas en las entrepiernas, de la fuerza que ellos hicieron para abrirlas”, rememoró. Incluso, identificó a Graciela Antón como la mujer policía que le “retorcía los pezones”. Ante un público conmovido e indignado, Gloria Di Rienzo hizo un acopio de memoria y coraje para revivir las atrocidades sufridas, con 20 años de edad, en cada uno de los interrogatorios a los que resistió, desnuda e indefensa. “A todas nos hicieron vejaciones como mujeres”, aseguró. “Además de violarme, picanearme y golpearme; de estar sin alimento, desnuda y con frío, no podía pensar que mis padres no me buscaran. Me estaban negando. Entonces, tomé conciencia de que me iban a matar. Ahí me preparé para que, hicieran lo que hicieran, no consiguieran nada de mí”.

Por Abel Bohoslavsky

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Por Editor

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