Por Félix Madariaga L.

En septiembre de 1990 me encontraba detenido en la penitenciaria de Santiago. Recuerdo que para algunos sectores se había acabado la dictadura civil y militar y se habría paso una brisa de esperanza, otros, más cautos, no creían en el cambalache de vestuario de los militares, y los seguidores y cómplices del dictador miraban con incredulidad el cambio que en mayor o menor medida se instalaba frágilmente en el país.

En ese Chile aún se perseguía y castigaba a los sectores populares que continuaban luchando contra la impunidad, ya estaba claro que la naciente democracia había sido negociada entre los que se iban y los que llegaban, no habría justicia ni castigo, y si lo habría sería “en la medida de lo posible”, unidad de medición que se mostró largamente flexible para los culpables. Eso lo pude comprobar en carne propia desde el primer minuto en que fui detenido, la tortura se continuaba aplicando en los cuarteles policiales, ahora por parte de un organismo llamado DIPOLCAR, que funcionaba en la tercera comisaría de Santiago. En ese lugar, en un frío calabozo donde me mantenían todo el tiempo de pie, el gobierno de los nuevos tiempos aplicaba o hacía la vista gorda frente a las mismas prácticas de crueldad que se venían ejerciendo desde el fin de la segunda guerra mundial en todos los países de América Latina.

La alegría no llegó, es más, se mantuvo esa forma frívola de golpear para extraer información, hundir la cabeza en el agua hasta ahogarte y mantener un grupo de civiles a cargo de carabineros para ejercer la represión que había iniciado en los años 50 en nuestro continente. Lo que queda claro es que esta no era una política represiva exclusiva de Chile, era una historia de represión sostenida en el tiempo para mantener la estabilidad social, económica y política de una potencia que no permitiría cambios – en estos pequeños países del Cono Sur – que pudieran afectar sus intereses.

Y sí, su más claro ejemplo fue el Plan Cóndor, ese al que se dio inicio en Santiago en 1975, ese que reunió fuerzas de inteligencia y militares de 6 países de la región, que planificaron y establecieron formas de colaboración para perseguir, detener y asesinar a sus “enemigos internos”. Para la guerra sucia no existieron las fronteras; pero esa historia no comienza allí.

En plena dictadura, Kissinger se reunio con Pinochet en Chile

Una escuela al servicio de la represión.

Esta historia comienza mucho tiempo atrás, durante la mal llamada Guerra Fría, que dividió básicamente el mundo en dos. Para Estados Unidos había que ir más allá, asegurando su patio trasero del avance del comunismo, a cualquier costo.

Y así nació como expresión práctica de su política la conocida “Escuela de las Américas”, que en el papel se presentaba con la misión de entrenar a las Fuerzas Armadas de América Latina, promover el profesionalismo militar, fomentar la cooperación de las fuerzas militares multinacionales y expandir el conocimiento de quienes recibían entrenamiento, de las prácticas y cultura estadounidenses.

Pero la realidad superó la imaginación y hoy sabemos que fue una escuela creada para manejar armas, preparar operaciones comando, guerra psicológica y adiestrar francotiradores, además de entrenar en tortura y represión, armas que se volverían contra el propio pueblo de esos militares.

Ya en 1994 el diputado Joseph Kennedy, quien intentó en más de una ocasión reducir el presupuesto de la Escuela de las Américas, afirmaba que “si uno se fija en la variedad de materias que se ofrecen, se puede ver que en realidad ellos están destinados a preparar líderes militares desde países extranjeros para que luego provoquen la subversión en sus propias comunidades”.

Y así desde 1946, cuando la Escuela de las Américas fue creada en Panamá, más de 83.000 militares han sido entrenados en sus instalaciones, que en 1984 fue trasladada al Fuerte Benning, en Georgia, Estados Unidos. Nombres como Efraín Vásquez y Ramírez Poveda (Venezuela), Romeo Vásquez y Luis Javier Prince Suazo (Honduras), Rafael Videla (Argentina), Hugo Banzer (Bolivia), Manuel Contreras (Chile), Efraín Ríos Montt (Guatemala), Jaime Lasprilla (Colombia), Manuel Noriega (Panamá), Roberto d’Aubuisson (El Salvador), Vladimiro Montesinos (Perú), fueron entrenados en sus instalaciones; algunos de ellos figuran en su galería de honor.

Por eso no fue extraño que el 28 de noviembre de 1975 se hayan reunido en Santiago, los representantes de 6 países del Cono Sur para acordar un plan de inteligencia entre los servicios de seguridad de esos países. El encuentro fue organizado por Manuel “Mamo” Contreras, director de la DINA, pero los verdaderos ideólogos y asesores de esta iniciativa, estaban un poco más al norte, en Estados Unidos (https://www.mpf.gob.ar/plan-condor/files/2018/12/3-1.pdf).

Bajo el marco de la doctrina norteamericana de Seguridad Nacional se realiza este primer encuentro. Su acta de fundación, lleva las firmas de los presentantes de inteligencia de Argentina (Jorge Casas, capitán de navío, SIDE), Bolivia (Carlos Mena, mayor del ejército), Chile (Manuel Contreras, jefe de la DINA), Uruguay (José Fons, coronel de ejército) y Paraguay (Benito Guanes Serrano, coronel de ejército). Si bien ningún representante de Brasil firmó ese acuerdo inaugural, se comprobó la cooperación de ese país en las actividades represivas futuras.

Es así como en estos países comienzan una serie de detenciones, torturas, desapariciones y condenas hacia toda persona que constituya una amenaza. Debido a las condiciones geográficas de cada país involucrado, los atentados llegaron a traspasar las fronteras, por ejemplo, los “sospechosos” argentinos exiliados en Chile podían ser asesinados en Chile o viceversa, y el rol de Estados Unidos fue vital para este plan, ya que de ellos venía el financiamiento y el apoyo directo desde la CIA para la ubicación de los sospechosos, así como para perpetrar atentados en los distintos países.

En el documento inicial, se establece que la colaboración oficial, a partir de esa fecha, se podrá iniciar a través de contactos unilaterales o multilaterales a voluntad de los países participantes para el intercambio de información, abriendo los propios archivos de expedientes o estableciendo nuevos archivos.

En el contexto de la Operación Cóndor este plan pasó por distintas fases:

Primero crearon una base de datos de grupos insurgentes, partidos políticos o grupos de izquierda, sindicalistas, grupos religiosos y cualquiera que pudieran considerar un enemigo de las dictaduras.

En la segunda fase se organizaron para chequear y atacar a personas que identificaban como enemigos políticos de estos países. Personas importantes, que ejercían algún tipo de liderazgo y que pudieran desenmascararlos a nivel internacional.

En la tercera etapa se ubicaron y localizaron a militantes de izquierda que estaban residiendo en otros países o en Europa.

Esto queda muy claro en el análisis de los documentos desclasificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos, que confirman que la Operación Cóndor es el nombre clave para la recolección, intercambio y almacenamiento de datos de inteligencia sobre los llamados “Izquierdistas Comunistas y Marxistas” que se estableció entre los Servicios de Inteligencia cooperantes en América del Sur para eliminar las acciones subversivas en la zona.

Y así pasaron los años, y miles y miles vivieron el terror, al inicio eran susurros, era casi impensable que un plan tan macabro se pudiera llevar a cabo, susurros, sospechas, y lentamente algunas voces sobrevivientes, fueron relatando lo vivido. Era impensable, pero la realidad superó la ficción y en 1992 todo comienza a salir a la luz cuando en Paraguay se descubrieron los “archivos del horror”. En los documentos encontrados, se relata como miles de ciudadanos habían sido secuestrados, torturados y eliminados por los servicios de inteligencia que intercambiaban información y actuaban coordinados. Todas estas acciones contaban con la venía de la CIA, principalmente mientras Henry Kissinger estuvo a la cabeza de la Secretaría de Estado. Según los archivos encontrados en Paraguay, hubo más de 5 mil personas asesinadas, 30 mil detenidos desaparecidos y 400.000 detenidos, sin importar si eran niños, niñas, ancianos, ancianas, embarazadas o enfermos. La máquina anticomunista no tiene matices.

En noviembre de 1975 yo tenía 6 años y vivía con mi abuela materna en el sur de Chile, en Collipulli, y en esa época de inocencia y juegos infantiles, no podía imaginar que el horror y el dolor de mi pueblo me llevaría por un camino que marcaría por siempre mi vida. Pero esa también es otra historia.

Coordinación, colaboración y ejecución.

Según archivos desclasificados de la CIA en el año 2020, algunos de los asesinatos planificados en el marco de la Operación Cóndor, se encontraban en las listas de personas creadas por Manuel Contreras junto a Augusto Pinochet, incluso antes de la fecha de formalización de la Operación, lo que demostraría que los servicios de seguridad de todos los países involucrados, venían trabajando en conjunto desde mucho antes. Casos que marcaron la historia, desgraciadamente hay demasiados. Sólo para hacernos una idea de la capacidad e impunidad con que operaban, revisaremos algunos de los atentados que llevaron a cabo en el mundo.

Orlando Letelier y Ronnie Moffit (Washington DC, 1976)

Éste se realizó la mañana del 21 de septiembre de 1976, cuando Orlando Letelier manejaba por las calles de Washington D.C. su automóvil Chevrolet color celeste, acompañado por su asistente Ronny Moffit y su esposo Michael. Cuando tomaron la calle Sheridan Circle, desde un automóvil que los venía siguiendo, el contrarrevolucionario cubano José Dionisio Suárez apretó el botón del control remoto que activó una bomba colocada debajo del Chevrolet. Orlando Letelier falleció en el acto, Ronny Moffit unos minutos después y su marido fue el único sobreviviente. La bomba había sido instalada durante la noche por el terrorista norteamericano Michael Twonley y el cubano Virgilio Paz.  También se comprobó la participación de los militares chilenos Armando Fernández Lario, Eduardo Iturriaga Newman, y la también chilena Liliana Walker. El cóndor se atrevió a volar incluso sobre el corazón de Estados Unidos.

Juan José Torres (Buenos Aires, 1976)

Tras el golpe de Estado en Bolivia, el derrocado general Juan José Torres se exilió en Chile, donde hubo un intento de asesinato, por lo que se trasladó a la ciudad de Buenos Aires. El 2 de junio de 1976, una llamada anónima a la comisaría de San Andrés de Giles, advirtió que se encontraba el cuerpo de un hombre debajo de un puente a 16 kilómetros de esa localidad. El día anterior, la esposa de Torres, Emma Obleas de Torres había denunciado su desaparición. El General Juan José Torres fue asesinado con tres disparos: uno en la cabeza y dos en el cuello. Los ojos estaban vendados, sus muñecas lastimadas y en al dedo anular izquierdo le faltaba un anillo. Lo habían fusilado 14 horas antes según consta en la causa penal. El periodista argentino Martín Sivak investigó el caso y reconstruyó el plan criminal que ejecutó a Torres. Según Sivak, estuvieron implicados el dictador Hugo Banzer, Eduardo Banzer Ojopi, primo del dictador y cónsul boliviano en la ciudad de La Plata, Raúl Tijerina Barrientos, agregado militar boliviano en Buenos Aires, y Carlos Mena Burgos, agente de inteligencia boliviano. Por el lado argentino se menciona a la banda de Aníbal Gordon, que de delincuentes comunes pasaron a ser miembros de la Triple A y luego, durante la dictadura, a “trabajar” en varios centros clandestinos de detención.

Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz (Buenos Aires, 1976)

El 18 de mayo de 1976 fueron secuestrados en sus respectivos domicilios los políticos uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz. Su posterior asesinato es parte del modus operandi de la Operación Cóndor.

Carmelo Soria (Santiago, 1976)

El diplomático español Carmelo Luis Soria Espinoza, era Jefe del Departamento Editorial del Centro Latinoamericano de Demografía (CELADE), organismo perteneciente a la CEPAL, ambos dependientes de la ONU. Residía en Chile cuando fue secuestrado, torturado y asesinado en julio de 1976 por agentes de la DINA. Su cadáver fue encontrado junto a su automóvil en el canal El Carmen, en Santiago. Sus secuestradores y asesinos fraguaron una nota, que metieron en un bolsillo, para simular que Soria se había suicidado por infidelidades de su esposa.

Antonio Maidana (Buenos Aires, 1980)

Profesor y dirigente comunista paraguayo, fue secuestrado en Buenos Aires el 27 de agosto de 1980 junto al veterano militante del movimiento obrero, Emilio Roa. Algunas versiones indican que ambos fueron llevados al Campo de Concentración de Emboscada, otras los ubican en el penal de la isla de Peña Hermosa, en Fortaleza Esperanza, o en el desierto del Chaco paraguayo. En 1982, ante una demanda del Comité de Derechos Humanos de la ONU, el gobierno de la República del Paraguay respondió que “ni Roa, ni Maidana regresaron a Paraguay”.

Para llevar a cabo estos crímenes hubo claramente colaboración e impunidad, pero también fue necesaria la existencia de una infraestructura para detener, torturar y desde allí desaparecer a miles y miles de ciudadanos en cada uno de los países del cóndor.

Brevemente una lista de los cuarteles de la Operación Cóndor en cada país:

CHILE

  • Cuartel Terranova. (Villa Grimaldi), José Arrieta 840, Peñalolén. 1973-1978 Administrado por la DINA
  • 4 Álamos, Canadá 5359, comuna de San Joaquín.1974-1977. Administrado por la DINA

URUGUAY

  • Casa de Punta Gorda, “300 Carlos R”, «Infierno Chico». Rambla República de México 5515, Administrado por el Departamento de Montevideo Servicio de Información de Defensa (SID). 1974-1976
  • Servicio de Información y Defensa (SID), “La Casona”, “La Mansión”. Calle Bulevar Artigas 1488, Montevideo. Administrado por el Servicio de Información de Defensa (SID). 1976

PARAGUAY

  • La cárcel de Emboscada.  Municipio de Emboscada, Departamento de Cordillera. 1976-1979
  • Departamento de Investigaciones de la Policía de la ciudad de Asunción. Dirección, sobre las calles Chile y Presidente Franco, distrito de la Encarnación Asunción. Administrado Policía de la Capital. 1954-1989

ARGENTINA

  • Automotores Orletti, El Jardín, La cueva de la vía, El Taller Venancio Flores 3519/21, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Administrado por la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). 1976.
  • Pozo de Banfield Brigada de Investigaciones de Lomas de Zamora. Siciliano y Vernet Lomas de Zamora, Provincia de Buenos Aires. Administrado por la Policía de la Provincia de Buenos Aires. 1976-1978.
  • Pozo de Quilmes, Chupadero Malvinas Brigada de Investigaciones de Quilmes. Allison Bell s/n°, esquina Garibaldi, Quilmes, Provincia de Buenos Aires. Administrado por la Policía de la Provincia de Buenos Aires. 1975-1979
  • Casino de oficiales Escuela Mecánica de la Armada (ESMA). Avenida del Libertador al oeste, calle Comodoro Rivadavia y Leopoldo Lugones al este y la calle Santiago Calzadilla al sur, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Administrado por la Armada Argentina. 1976-1983
  • Coordinación Federal (luego Superintendencia de Seguridad Federal) Sección de Seguridad. Federal Mariano Moreno 1417, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Administrado por la Policía Federal 1974-S/D
  • Centro de Operaciones Tácticas N° 1 Martínez (COT1 Martínez). Avenida Libertador 14.237/43, Martínez, Partido de San Isidro, Provincia de Buenos Aires. Administrado por el Primer Cuerpo del Ejército y Jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires. 1977-1978.

(Fuente: https://www.cipdh.gob.ar/pdf/Operacion_Condor.pdf página 96)

El lento camino hacia la Verdad y la Justicia

Lentamente, como a una semilla que bajo una tierra seca y demasiadas veces pisoteada, le cuesta dar frutos, la verdad de esa vil operación fue saliendo a la luz. Los susurros se habían vuelto voces valientes, los montajes desmoronando y también un poco de casualidad y fortuna contribuyeron a que la verdad se hiciera camino entre tanta mentira. Y así, fuimos descubriendo las enormes heridas que dejó en estas tierras el alto vuelo de un águila disfrazada de cóndor.

En 2021 relataba conmovedoramente Martín Almada, Premio Nobel Alternativo de la Paz y descubridor de los “archivos del horror”, en un artículo publicado en una columna de opinión en radio Universidad de Chile “el pasado viernes 9 de julio 2021 me conmovió un hecho histórico en el marco de la justicia internacional: el Tribunal Supremo Italiano confirmó la sentencia definitiva a cadena perpetua para 14 represores sudamericanos acusados de la desaparición y muerte de una veintena de opositores de origen italiano en el marco de la Operación Cóndor”, y con ese coraje que sólo puede nacer de la certeza de la verdad agregaba “fui detenido, encerrado y torturado. Mi primer torturador fue un chileno, después me torturó un argentino, recuerdo que era el 26 de noviembre de 1976. Yo los reconocí por sus acentos de voz. Mi esposa, la educadora Celestina Pérez, fue también detenida muriendo a consecuencia de las torturas a las que fue sometida. En la celda contigua de la Comisaría Tercera, donde me trasladaron, conocida más bien como el “SEPULCRO DE LOS VIVOS” estaba un argentino, Amílcar Latino Santucho, que me contó que cayó en manos del ejército paraguayo junto con el chileno Jorge Fuentes Alarcón, destacado dirigente del MIR”. (https://radio.uchile.cl/2021/07/16/a-mas-de-40-anos-de-la-operacion-condor-la-justicia-llego-pero-tarde/)

La cantidad de víctimas del Plan Cóndor aún no son claras ni definitivas. Según cifras del CIPDH (Centro Internacional para la Promoción de los Derechos Humanos), en 2015 establecían un número de 377 víctimas en total (casos comprobados oficialmente y demostrados por los juicios que se han desarrollado contra los responsables). De ellos, 219 fueron desaparecidas y 38 asesinadas. La mayoría de víctimas identificadas, 177 personas son uruguayas; 72 son argentinas y 64 son chilenas. Por otra parte, el Museo de Justicia de Paraguay, registra 132 víctimas de ejecución extrajudicial y desaparición forzada en ese país. Sin embargo, sabemos que estas cifras están muy por debajo de la realidad.

Según el estudio de los archivos del horror, las víctimas de la Operación Cóndor podrían llegar hasta los 50.000 muertos, 30.000 desaparecidos y 400.000 encarcelados.

La lentitud de los procesos judiciales ha provocado que la mayoría de los dictadores y los ejecutores de estos crímenes hayan muerto antes de ser condenados, sólo en Argentina los juicios han llegado más allá, varios dictadores y altos cargos han sido juzgados por la operación Cóndor, algunos de los cargos son secuestro, tortura, asesinato, robo de niños.

En el año 2001, Jorge Rafael Videla se convirtió en el primer procesado por la Operación Cóndor, murió en una cárcel para reos comunes en el año 2013. Más adelante se encontrarían en esta situación el dictador chileno Augusto Pinochet quien siempre negó su participación, Alfredo Stroessner y Manuel Contreras.

En el año 2015 en Italia comenzó un proceso judicial por delitos de lesa humanidad cometidos contra 23 ciudadanos italianos en el contexto de la operación Cóndor, de los 33 acusados 11 son militares chilenos, 4 de Perú, 1 de Bolivia y 16 uruguayos, 11 de ellos ya estaban detenidos por otros delitos en sus países. En 2017 la justicia falló en primera instancia condenando a cadena perpetua a ocho de los acusados, entre ellos el dictador boliviano Luis García Meza, el ex presidente Peruano Francisco Morales Bermúdez y el ex canciller uruguayo Juan Carlos Blanco. La condena fue apelada y en julio de 2019 la justicia italiana condenó en ausencia y en segunda instancia a 24 represores, entre ellos el ex presidente Peruano Francisco Morales B.

Estados Unidos fue parte de los crímenes cometidos, como gestor, asesor y ejecutor. Duele y frustra a las víctimas, sus familias y a toda la ciudadanía saber que no han pagado por sus crímenes. Lo cierto es que aún hoy, tenemos detenidos desaparecidos y desaparecidas como consecuencia del accionar del Plan Cóndor, y América Latina aún lamenta su interminable ausencia.

A 50 años del golpe de Estado en Chile seguimos esperando que Estados Unidos cierre para siempre el Fuerte Benning, seguimos esperando que nos diga la verdad, pero toda la verdad, no esa desclasificación de archivos, a goteras y según conveniencia, donde nos cuenta que ellos fueron los que estuvieron detrás de estos crímenes. Tenemos la esperanza de que algún día sean llevados a un tribunal internacional y que, por lo menos, recaiga sobre ellos una sanción moral para que nunca más, obreros y obreras, sindicalistas, religiosos y religiosas, estudiantes, dirigentas y dirigentes políticos, sean perseguidos injustamente porque una potencia mundial no acepta la autodeterminación de un pueblo. Estados Unidos nunca más debe intervenir en los destinos de un país democrático; nunca más corromper a políticos, militares, empresarios y medios de comunicaciones para que estén al servicio de un poderoso.

Vivo en el Santiago de Chile del 2023, han pasado casi 48 años desde el inicio del Plan Cóndor, estoy terminando de escribir este artículo, y me entero que hay más documentos desclasificados que analizar.  Las heridas causadas por el Cóndor siguen abiertas, sus garras aún nos desgarran cuando vemos el renacer de políticos de extrema derecha que impulsan un negacionismo a ultranza y que hoy se encuentran redactando una nueva Constitución, que nos negará la posibilidad de una sociedad más justa y solidaria.

Fuente: www.elindoamericano.cl

Por Editor

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