El canciller Tack exclamó: “Estados Unidos vetó a Panamá, pero el mundo vetó a los Estados Unidos”.

Por Julio Yao Villalaz

El canciller Juan Antonio Tack me informó, en diciembre de 1972, que el Gobierno había gestionado las reunión del Consejo de Seguridad en nuestro país y me preguntó mi opinión.

Le dije que era una excelente oportunidad para Panamá, pero que el éxito dependía de si se llevaba a cabo con inteligencia o no; que era necesario hacer un estudio de la jurisprudencia sobre canales internacionales y bases militares extranjeras y que era necesario hacerlo en secreto. Me preguntó si yo estaba en capacidad de llevar a cabo esa misión, y le dije que sí.

Con la autorización del general Omar Torrijos y de Tack, estuve un mes en La Haya y redacté dos resoluciones a ser presentadas por Panamá.

El Perú había enviado una delegación en la que participaban juristas internacionales, como Juan José Calles y Calles, la cual escuchó los diferentes argumentos y manifestó inclinarse a favor de nuestra posición.

Antes de iniciarse las sesiones, Tack me explicó: “Tenemos dos resoluciones en consideración. Yo voy a presentar la resolución más “suave” y, si ella fracasa, entonces presentaré la tuya”. Las mías hablaban de desmilitarización y soberanía, pero no de neutralidad.

Algunos embajadores de América Latina se reunieron con Tack en el Salón Azul de la Asamblea. Al salir, me explicó que sus Gobiernos (salvo Cuba y el Chile de Allende) estaban preocupados porque temían que Panamá se radicalizara y pusiera en peligro sus relaciones que tenían con Estados Unidos. “¿Y qué piensas hacer al respecto? El problema es nuestro, no de ellos”, le dije.

“Me siento cansado por el trabajo hecho y de tener que discutir con personas que no saben nada acerca del Canal. En consecuencia, le presento mi renuncia al cargo”. Le di la espalda y me retiré, pero Tack me pidió que no renunciara; que siguiéramos trabajando en isla Contadora, donde iban a estar todos los miembros del Consejo y que tomara el primer avión al día siguiente para la isla.

Llegué muy temprano y escuché venir el helicóptero de Omar Torrijos. Tan pronto se bajó y me vio, me preguntó: “Hola, Julio, ¿cómo te fue en La Haya?”.

Le respondí que muy bien, pero que “ahora tenemos un problema serio, porque hemos comenzado con el pie equivocado” y que necesitaba hablar con él en privado. Torrijos me invitó a pasar a un gran salón y me escuchó, sin interrumpirme, más de una hora. Le sugerí dar un golpe de timón de 180 grados a la reunión. Me preguntó: “¿Y Tony (Tack) está informado?”. Le dije que sí. “Dígale a Tony que usted habló conmigo y que usted tiene luz verde.”

A la hora de la cena, el canciller me estaba esperando junto a otros embajadores, entre los cuales estaban el canciller Raúl Roa de Cuba y su embajador en la ONU, Ricardo Alarcón. Relajado y contento, el canciller exclamó que yo tenía razón en todo lo que le había dicho en las últimas semanas y que “lo mismo afirman los embajadores presentes”. Yo le había advertido a Tack que “la resolución congelaba las fronteras geopolíticas en el Canal de Suez y el Medio Oriente y que los únicos favorecidos eran Israel y Estados Unidos. ¿Cómo llegó a la Cancillería semejante documento?”.

El canciller me pidió que le redactara un memorándum para el general Torrijos, en el cual le explicara todo, y le redacté trece páginas largas. Tack se las llevó al general Torrijos a las 10 p. m. (sábado 16) y todo cambió para bien de la causa nacional.

Tack me autorizó resumir en una sola las dos resoluciones y me pidió entregársela al canciller del Perú, el general Miguel Ángel de la Flor Valle, quien era nuestro enlace con el resto de los miembros del Consejo.

Los Gobiernos que más cooperaron con Panamá fueron los de Cuba y la República Popular China. Le pregunté al embajador Huang Hua de China, cuál era la posición de su país en torno a la neutralidad de canales internacionales. Para mi sorpresa, contestó el presidente Mao Ze Dong: “La República Popular China apoya la eliminación de las bases extranjeras en Panamá, si Panamá lo pide”. Fue el apoyo más contundente.

El jueves, 21 de marzo, Estados Unidos vetó la resolución. Reino Unido se abstuvo, pero los trece miembros restantes votaron a favor. El canciller Tack exclamó: “Estados Unidos vetó a Panamá, pero el mundo vetó a los Estados Unidos”. A partir de este momento, nuestra causa fue conocida a nivel mundial, lo que le abrió las puertas a Panamá para la Declaración Conjunta Tack-Kissinger de 7 de febrero de 1974, la cual redacté por honroso encargo tanto del canciller Tack como del general Torrijos.

Segunda parte

La reunión del Consejo de Seguridad había sido gestionada en la ONU por el embajador Aquilino Boyd, pero no fue sino a principios de 1973, cuando el canciller Tack la formalizó ante la organización. Además de la resolución a ser presentada en marzo, Tack me solicitó diseñar la estrategia jurídica, diplomática y política de la reunión.

Era obvio que la resolución debía conducirnos a una ruptura con la dominación que EE. UU. ejercía sobre el Istmo desde el siglo XIX, cuando, en el marco de la Doctrina Monroe (1823) y el Convenio Mallarino-Bidlack (1846), el presidente Rutherford Hayes expuso (1870) la doctrina estadounidense del Canal.

Según Hayes, la vía acuática sería “una parte de la línea costanera de Estados Unidos”, un elemento integrado a los “medios de defensa, paz y seguridad de Estados Unidos” y que, como tal, sería defendido. Esta “doctrina” supuso un conflicto diplomático de medio siglo con Gran Bretaña, que exigía la neutralidad y la no fortificación del Canal, el cual se deslindó en 1901 a favor de Washington y en perjuicio de Panamá en 1903.

El canciller Tack me preguntó: “¿Qué harán en la Comisión (Diógenes de la Rosa, Carlos A. López Guevara, Juan Antonio Stagg, Julio Noriega, Omar Jaén Suárez, Jorge Aparicio, Boris Blanco, Jorge Illueca, Aquilino Boyd) mientras estás en Holanda?”. Le dije que les pusiera una tarea: redactar un borrador de la resolución ideal. Le expliqué cuáles eran los elementos a tomar en cuenta. De esa tarea surgió la resolución polémica, la que casi hizo fracasar la sesión del Consejo de Seguridad desde el 15 de marzo, que motivó el cierre de la reunión cuando aún no había comenzado.

Antes de viajar a La Haya, le expliqué al canciller Tack que mi misión debía ser secreta por dos razones: la primera, porque la embajada de EE. UU se enteraba de todo lo que discutíamos en Cancillería a los diez minutos; la segunda, porque la CIA me estuvo acosando desde 1966 en Panamá, en vista de que yo rechazaba los proyectos Robles-Johnson de 1967, e incluso me habían secuestrado en un viaje de mi instituto a Washington en mayo de 1970 e intentaron asesinarme en La Haya, donde me persiguieron permanentemente desde mayo hasta el 31 de diciembre de 1970.

Fueron el rector de mi instituto (un héroe nacional antifascista) y mi tutor de Relaciones Internacionales quienes me dieron refugio en el apartamento personal de la reina Juliana de Holanda, ubicado en su palacio (Queen’s Palace) en La Haya (27 Molenstraat) y me ocultaron en una finca del norte de Holanda, lejos de la CIA. Esta fue una deferencia extraordinaria que me hizo el Gobierno de Holanda, pues no era permitido siquiera entrar al palacio, mucho menos prestar el apartamento de la reina a extraños.

A solicitud mía, el canciller Tack le pidió al responsable del G-2 (Manuel A. Noriega) que investigara quién o quiénes le soplaban a la embajada nuestros pasos, lo que dio sus frutos y, a raíz de esto, se tomaron medidas de seguridad.

El problema radicaba en que algunos en la comisión asesora no querían una ruptura con EE. UU., en tanto que nosotros (me refiero a Torrijos y Tack) pensábamos que lo importante era lograr la justicia de nuestra causa. La ruptura sería una consecuencia inevitable de un acto de justicia.

En La Haya, me encontraba solo en la misión, sin escoltas ni otros apoyos. Sin embargo, el embajador Aquilino Boyd, a quien le solicité diversos documentos de la ONU, nunca me los envió.

La delegación peruana, que vino a apoyarnos, incluía juristas de jerarquía, como el Dr. Juan José Calle y Calle, miembro de la Comisión de Derecho Internacional de la ONU, la cual congrega a los más prestigiosos juristas del mundo. El otro latinoamericano era Jorge Castañeda de México.

Tuve a grandes juristas como profesores en 1974 que eran miembros de dicha Comisión, en Ginebra, entre ellos, a Nikolai Ushakov, embajador de la Unión Soviética en Suiza, con quien cenaba diariamente en el Lago de Ginebra; Paul Reuter, eminencia de Francia, y Mohamed Bedjaoui, de Argelia. A este último lo entrevisté nuevamente en 1989, cuando era magistrado de la Corte Internacional de Justicia de La Haya. junto al Dr. Manfred Lachs, presidente de dicho Tribunal, de Polonia.

El Dr. Lachs, quien me dedicó su obra sobre el Derecho del Espacio Aéreo (“The Law of Outer Space”), era judío, cuya familia murió en el Holocausto, y él mismo tuvo que huir a Inglaterra. En esa ocasión, visité la Corte como agente de Panamá en dicho Tribunal, para demandar a la OEA y a EE. UU., a fin de evitar la invasión.

La delegación peruana conoció de nuestra polémica con miembros de la Comisión Asesora. Evidentemente, evitaban decirle al canciller Tack su opinión, para no ejercer una presión indebida al Gobierno panameño. Aprovechando un recorrido por el Canal, los peruanos le manifestaron al Dr. Boris Blanco, asesor económico, que “la posición de Julio Yao es la más consistente y sólida”, y Boris me lo confió enseguida e informé al canciller Tack.

Tack se enfrentaba a un dilema y me lo planteó así: “Julio, el problema es que los autores de esa resolución llevan 13 años en la ONU como embajadores y tú no. Tú vienes de Holanda”. “Sí”, le respondí, “pero nadie me ha demostrado que estoy equivocado. Además, he estudiado este problema y luchado contra la Zona como pocos desde los 8 años de edad. Mi instituto es parte de la Universidad Erasmo de Rotterdam, que no es poca cosa”.

(*) Analista internacional, exasesor de Política Exterior, presidente honorario del Centro de Estudios Estratégicos Asiáticos de Panamá (Ceeap). Julio Yao es colaborador de la Revista El Derecho a Vivir en Paz. Este artículo ha sido publicado originalmente en la Estrella de Panamá.

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