Estaba en Guatemala el 15 de febrero y recibí noti­cias que Venezuela -mi hogar por las últimas tres décadas- estaba al borde de una guerra civil. Mi buzón de email se inundó con mensajes de mis amigos y periodistas pregun­tando qué estaba pasando en mi país. “Reza por Venezue­la”, decían varios mensajes.

Recién había llegado de Co­cop, una comunidad Maya Ixil, en el departamento de Quiche, en el altiplano occi­dental de Guatemala, donde conocí a sobrevivientes de la masacre que ocurrió allí en 1981.

Las 58 víctimas de Cocop, son parte de los 1.700 Ixi­les asesinados por el ejército bajo el mando del General José Efraín Ríos Montt. Ríos Montt era el Presidente en ese tiempo, y fue recientemente declarado culpable de geno­cidio. Sin embargo, la Corte de Constitucionalidad anuló el juicio y deberá ser juzgado nuevamente.

En total, aproximadamen­te 200.000 personas fueron asesinadas en la guerra civil de Guatemala entre 1981 y 1996.

En el pequeño cementerio de Cocop, el presidente del comité de sobrevivientes del pueblo, Jacinto de Paz, me miró y me dijo: “Quiero in­troducirle a mis padres.” Se­ñalando hacia dos tumbas. Su cuerpo tembló y le cayeron lágrimas mientras contaba la historia del fusilamiento y muerte de nueve de sus fa­miliares por el ejército. Tenía 13 años en el momento. “Lo siento”, nos dijo; “aún es mu­cho el dolor”.

De vuelta en mi hotel, escuché de la muerte de dos estudian­tes venezolanos y un partida­rio del gobierno en Caracas.

Después de haber abrazado a un sollozante Jacinto, en el 30 aniversario de la muerte de sus padres, sabía que el dolor por la pérdida de una sola vida puede rasgar el mundo de uno para siempre.

Sin embargo, no pude evi­tar preguntarme: ¿Hubieran recibido el mismo nivel de preocupación internacional los eventos de Venezuela si hubieran ocurrido durante la época del conflicto de Guate­mala?

Cada noticia sobre Venezuela parecía un cuento. Leí dece­nas de palabras y frases: caos, guerra civil, inflación de 54%, crimen, que se vaya Maduro, responsabilidad gubernamen­tal, estudiantes pacíficos, etc.

Peor todavía, la mayoría de los medios emplearon como fuentes mensajes e imágenes de redes sociales. Algunos hasta mostraron fotos raras de demostraciones en Caracas con suéteres de cuello alto, o con chaquetas y suéteres, aunque la temperatura es al­rededor de 27 grados en esta época. Otras mostraron edifi­cios derribados. Como se vio después, varias de estas fotos eran de la represión del movi­miento estudiantil en Chile de hace 3 años y del terremoto en Japón del 2011.

Imagen y Realidad

Volví a Venezuela el 23 de febrero, 11 días después del comienzo de las protestas, y encontré una Caracas sor­prendentemente normal. Los buses, metrotrenes, y tráfi­co peatonal se movían a su normal ritmo frenético. Las calles estaban llenas de estu­diantes y trabajadores; tien­das, bancos, y restaurantes estaban abiertos y bulliciosos. Pero después de transitar por horas, por distintas áreas de la ciudad, y no viendo abso­lutamente nada fuera de lo común, abrí mi correo elec­trónico y encontré mensajes de mis amigos estadouniden­ses preguntando cómo estaba y diciendo: “Escuchamos que las calles en Caracas están to­das atrincheradas”.

El próximo día tomé un vuelo de vuelta a mi ciudad de Bar­quisimeto, que queda a 265 kilómetros al oeste de Cara­cas. Tal como la escena en la capital, nada era fuera de lo común. Prendí la televisión para ver si la situación nacio­nal era más problemática. La única historia que estaban pre­sentado los medios nacionales era acerca de la “Conferencia Nacional de Paz” que fue organizada por el Presidente Nicolás Maduro con el objeti­vo de poner fin a la violencia reuniendo a representantes de diversos sectores sociales.

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Quedé sentada, por cuatro horas, mirando a prominen­tes venezolanos: académicos, periodistas, líderes religiosos, empresariales y miembros de la oposición compartiendo sus preocupaciones sobre la economía y la delincuencia nacional.

Todos expresaron un com­promiso a mantener la estabi­lidad de Venezuela y un des­dén por las tácticas violentas empleadas por muchos de los que protestaban. Maduro tomó apuntes y declaró que su gobierno apoyaba muchas de las sugerencias mencio­nadas en la conferencia. Me dejó con esperanza el hecho que hubo esta discusión entre diversos sectores interesados de Venezuela.

Pero el día siguiente los titu­lares de los medios interna­cionales contaron otra histo­ria. El Miami Herald publicó “Oposición venezolana boi­cotea pláticas por ‘mala fe’”. La mayoría de los reportajes de medios masivos tuvieron un enfoque similar sobre el supuesto fracaso de la confe­rencia.

Tuve un Dejá Vu. En abril de 2002, los Estados Unidos cuestionaron la legitimidad del Presidente Hugo Chávez, y los medios estadounidenses exageraron las protestas de la oposición de una forma muy similar. En ese momento la agitación terminó con un cor­to golpe de Estado que logró superar Chávez y sus partida­rios.

“No Somos Colombia”, afir­maron varios oradores de la conferencia de paz. El veci­no occidental de Venezuela ha perdido decenas de miles de ciudadanos en las últimas décadas a causa de la violen­cia política. En comparación, Venezuela pacíficamente ha concretado enormes mejoras sociales a través de eleccio­nes. Por cierto, tiene el nivel de violencia política más baja de Latinoamérica.

La prensa está en lo correcto en reportar que la inflación en Venezuela está demasiado alta. Sin embargo, es la socie­dad con la igualdad económi­ca más alta de Latinoamérica. Ha erradicado la pobreza más que cualquier otro país en el hemisferio. Estos son los da­tos raramente publicados en los medios internacionales.

Observadores también deben preguntarse por qué se están enfocando los medios sólo en las protestas que están situa­das en las áreas más ricas del país.

¿Por qué no se están uniendo los pobladores de los “barrios” venezolanos -los vecindarios muy poblados de menor in­greso- con las protestas?

Aumentando de Peso

Cuando construí mi casa en una área rural afuera de la ciudad de Sanare en el depar­tamento occidental de Lara, mis vecinos estaban apenas logrando una subsistencia, excavando para encontrar papas y pastoreando cabras y ovejas.

La única escuela en el pue­blo era una escuela primaria, y los profesores llegaban a enseñar, como promedio, dos días de la semana. No había transporte moderno. Si te en­fermaste, tenías que caminar casi 13 kilómetros al próximo pueblo, antes de las tres de la madrugada, para ser atendido el próximo día por un doctor, en el hospital más cercano.

Hoy en día, esa misma co­munidad tiene una escuela primaria y una secundaria, y una universidad gratis. La universidad también ofrece clases vespertinas para adul­tos todos los días. Mis vecinos ahora son doctores, abogados y profesores. Sus hermanos pequeños ahora tienen pocos obstáculos para alcanzar sus sueños.

Muchos de mis vecinos han reemplazado galpones de ca­ballos con entradas para sus coches. Además hay una clí­nica médica gratis, atendida por médicos cubanos y estu­diantes de medicina venezola­nos de la misma comunidad, a sólo un kilómetro del pueblo.

“Por cada año de la revolución, creo que todos han subido un kilo,” declaró un invitado es­tadounidense, refiriéndose al cuerpo más regordete de mi vecino.

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Estas mismas historia pueden ser recontadas miles de veces. Si los periodistas sólo vinie­ran a Venezuela y salieran de sus hoteles de cinco estrellas, podrían descubrir las razones verdaderas por las cuales ha sido reelegido el Chavismo en más de una docena de elec­ciones en los últimos 14 años, dentro del sistema electoral considerado por ex el presi­dente estadunidense y obser­vador electoral Jimmy Carter como “el mejor del mundo”.

Venezuela está lejos de la per­fección. Es un nuevo experi­mento político-económico y que está contantemente evo­lucionando, pero que pone en primer plano a los más pobres del país. Dentro de varios de­safíos substanciales necesita enfrentar proactivamente a la alta taza de crimen violento. Hacia ese fin, la administra­ción de Maduro está hacien­do un mejor trabajo que sus antecesores; ha instituido programas nacionales de des-armamento y para la juventud tiene programas de deportes y cultura en los barrios. Pero necesita hacer más para poder garantizar la seguridad de to­dos los ciudadanos. He visitado 18 países latinoa­mericanos en los últimos seis años, pero Venezuela es única entre ellos. ¿Por qué? Porque tiene las reservas petroleras más grandes del mundo— algo que podría ser lucrativo para todos los ciudadanos, hasta los más pobres. A cau­sa de esta fortuna, Venezuela también es un premio para corporaciones y países que quieren acceder a sus recur­sos naturales. Pero todas estas riquezas, que ha podido dis­frutar mi familia, pertenecen a cada venezolano: sus buca­rales con flores naranjas, sus tambores afro-venezolanos, sus mangos, arepas, aguaca­tes/palta y café.

Si, reza por Venezuela. Recé para que no haya más matan­zas. Recé para que el pueblo pueda continuar su pacífica tradición política de encontrar soluciones a problemas y di­ferencias. Recé para que los venezolanos puedan continuar determinando su propio desti­no para que Venezuela siga siendo una nación soberana.

Lisa Sullivan, SOA Watch

Por Editor

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