La reciente muerte de Eduardo Galeano obliga a cumplir un compromiso que nos habíamos propuesto el año pasado a propósito de unas declaraciones ambiguas del escritor uruguayo, que los medios de comunicación de masas aprovecharon para denostar contra la izquierda revolucionaria latinoamericana, que tiene en Las venas abiertas de América Latina un baluarte, un documento que aporta pruebas sobre como nuestros pueblos han sufrido 500 años de abusos, atropellos y explotación.
Desde Panamá no tenemos suficientes elementos para juzgar si Galeano en sus últimos meses repudió la obra que lo dio a conocer, como algunos afirman, o si simplemente quiso decir que hoy la escribiría de manera diferente, lo cual es completamente legítimo.
Según los medios, Galeano dijo: “No sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado”, durante una visita a Brasil donde participó en la Segunda Bienal del Libro en Brasilia, realizada entre el 11 y el 21 de abril de 2014. “Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital” (El País, 5/5/14).
Es probable que Galeano pasara por una fiebre de postmodernismo que alteraba su juicio estético al decir que la prosa del libro es pesada, cuando es uno de los manifiestos más enérgicos y vibrantes que se hayan escrito, que galvanizó las voluntades de muchos y impulsándolos a la lucha social y política. Eso no lo hace cualquier libro. Pero los libros son como los hijos, una vez que los padres los paren, se valen por sí mismos, no importa lo que los progenitores opinen.
¿Cómo carajo va a ser aburrido un libro que, como Galeano reconoce en unas conclusiones añadidas siete años después de publicado, que el mejor elogio que tiene para contar son anécdotas como la de una chica que lo leía a su amiga en un autobús en Bogotá y terminó leyéndolo en voz alta para que todos oyeran; o la que esconde el libro en los pañales de su bebé mientras huye de la sangrienta dictadura de Pinochet; o el muchacho que lo leyó a pedazos de librería en librería por Buenos Aires; incluso el ser un libro proscrito por las dictaduras militares sudamericanas?
¿Cambió de opinión el autor cuando en esas conclusiones de 1977 expresaba que le aburrían los tratados de sociología y economía, por lo cual se propuso hablar de economía política como se escribe «una novela de amor o de piratas»?
Lo que sí le reclamaríamos a Galeano es que haya cedido los derechos sobre el libro a editoriales que lo venden a precios prohibitivos, de manera que la obra que, en los años 70, pasábamos de mano en mano, sobre cuya información polemizábamos entusiastas, es casi desconocida para las actuales generaciones. Muchos se enteraron de su existencia cuando el presidente Hugo Chávez le regaló un ejemplar a Barack Obama en 2009.
Las venas abiertas de América Latina es una joya desde la primera a la última página. La introducción, titulada «Ciento veinte millones de niños en el centro de la tormenta», puede ser estudiada como síntesis genial y clara del problema: la división mundial del trabajo especializa a los países, unos como perdedores y otros como ganadores, América Latina es de los primeros; la historia de nuestro subdesarrollo equivale a la historia del sistema capitalista mundial, en la que el «desarrollo» desarrolla la desigualdad.
Cuarenta años después de publicado tal vez lo único que parece obsoleto, además del lenguaje no inclusivo que usa el género masculino como sinónimo de humanidad, es la denuncia de las políticas imperialistas que pretendían disminuir la pobreza controlando la natalidad de los pobres. Pero el objetivo del libro, expresado por el autor, se mantiene completamente vigente: contar la historia del saqueo y los mecanismos actuales del despojo.
En el mejor estilo de Galeano, contar historias muy gráficas que parecen increíbles pero que fueron crudamente ciertas (real maravillosas), con un trasfondo teórico metodológico basado en la Teoría de la Dependencia, en dos partes y cinco capítulos, nos narra la triste historia del continente cuya desgracia consiste en ser rico (en minerales sobre todo). Lo mismo se podría decir de la sufrida África.
La primera parte, titulada «La pobreza del hombre como resultado de la riqueza de la tierra», se divide en tres capítulos: el primero el que narra la crueldad de la conquista por la codicia del oro y la plata; el segundo que se centra en la tragedia agraria persistente del latifundio y la monoproducción agrícola; el tercero se ocupa de cómo en aquellos mecanismos de despojo y explotación fue sustituido el imperio español por el imperialismo norteamericano.
La segunda parte, titulada «El desarrollo de un viaje con más náufragos que navegantes», contiene dos capítulos: el primero describe como junto a la independencia de España llegaron los capitales ingleses para apropiarse de nuestras riquezas a lo largo del siglo XIX; el segundo se concentra en las estructuras contemporáneas del saqueo a hombros del Fondo Monetario Internacional, el Panamericanismo, etc.
Desarrollando una historia que no nos cuentan en la escuela, Galeano empieza desde el momento de la Conquista, cuando las huestes de Hernán Cortés («como puercos hambrientos ansían el oro») destruyeron la hermosa ciudad de Tenochtitlán; narra cómo Francisco Pizarro asesinó al emperador Atahualpa después de haber cobrado el fabuloso rescate de dos cuartos (habitaciones) llenas de plata y otra de oro. Describe las maravillas de Potosí, pero también explica como las riquezas no se quedaban en España, sino que fluían de Sevilla a los bancos de los Függer.
Galeano también nos maravilla contándonos cómo el «oro blanco», la «planta egoísta», la caña de azúcar, traída por Cristóbal Colón, destruyó la ecología de grandes regiones de Brasil, de las Antillas y otras colonias, consumiendo enormes cantidades de tierras y utilizando intensivamente mano de obra esclava, para satisfacer el apetito por lo dulce de los europeos.
De sus páginas podemos entender un poquito a Colombia martirizada en una cruenta guerra civil, que aún perdura, luego del asesinato de Jorge E. Gaitán por la oligarquía, cuya muerte pretendía matar las aspiraciones populares a una sociedad más democrática, mientras unos pocos se apoderaban de las tierras y la comercialización del café. También nos habla de la dramática historia de Guatemala, sometida a un baño de sangre porque la empresa bananera norteamericana United Fruit Co., se negaba a aceptar una reforma agraria que repartiera sus tierras baldías. Y conocemos el pasado violento de México, con la mitad de sus territorio cercenado por Estados Unidos.
¿Cómo Bolivia perdió su acceso al mar? Porque una compañía inglesa salitrera se negó a pagar impuestos, prefiriendo desatar la Guerra del Pacífico. ¿Por qué la Guerra del Chaco? por las ambiciones petroleras de las transnacionales norteamericanas. ¿Por qué se separó Panamá de Colombia? Para que Estados Unidos construyeran un canal bajo su entero control.
En Las venas abiertas de América Latina, Galeano juntó múltiples confesiones en que los dueños del mundo, los gobernantes del imperialismo yanqui, hablaban sin tapujos sobre sus ambiciones, como por ejemplo, aquella del presidente William Taft, en 1912, cuando dice: «Todo el hemisferio será nuestro, de hecho, como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente«.
Encontramos en sus casi 500 páginas que las campañas de subversión contra gobiernos progresistas o nacionalistas, financiando opositores internos y medios de comunicación propalando mentiras, que hoy sufren gobiernos como el de Nicolás Maduro de Venezuela, no son nuevas, sino que ya desde antes se practicaron contra José Balmaceda en Chile, y luego contra Allende, contra Arbenz en Guatemala, y un largo etc.
Por lo dicho y lo que no alcanzamos a expresar, recomendamos a la juventud revolucionaria del siglo XXI la lectura de Las venas abiertas de América Latina. Porque, como dice Galeano al final del libro: «No asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia… el sistema tiene pies de barro… por eso se lleva mal con la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación«.
Por Olmedo Beluche
Panamá, 23 de abril de 2015.