Dr. Leyde E. Rodríguez Hernández. Colaborador del Movimiento Cubano por la Paz y Soberanía de los Pueblos (Movpaz)

Este año se conmemora el 75º aniversario de un crimen horrendo: el uso, por primera vez en la historia de la humanidad, del arma atómica contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
Con nuestro compromiso consecuente por la paz, rememoramos el hecho porque no es posible olvidar el genocidio de los días 6 y 9 de agosto de 1945, cuando la fuerza aérea de los Estados Unidos lanzó de manera deliberada el fuego nuclear que redujo a cenizas la pacífica Hiroshima, calcinando al instante a más de 25 000 personas. Y pocos días después, como si no hubiera pasado nada, fue repetida la misma acción de terrorismo de Estado contra su vecina Nagasaki, con un saldo de más de 13 000 víctimas. Las estimaciones varían ampliamente entre las diversas fuentes consultadas, pero se cree que, como resultado directo de ambos eventos, murieron entre 150 000 y 250 000 personas.

En el período posterior, las secuelas de la radiación nuclear causaron en la población local una lenta agonía. Año tras año, más de 330 000 personas sufrieron las mortíferas enfermedades producidas por el hongo atómico. Los registros científicos y las anécdotas de los sobrevivientes del holocausto coinciden en que, cuando el bombardero estadounidense lanzó el artefacto explosivo -bautizado irónicamente Little Boy (muchachito)- en Hiroshima, una región de importancia militar para el ejército nipón, enseguida la atmósfera enrarecida emitió radiaciones que alcanzaron 300 000 grados Celsius, una temperatura diez veces superior a la desprendida por el Sol.
Y en un radio de aproximadamente un kilómetro alrededor del lugar de la explosión, los cuerpos se estamparon como fósiles en una alfombra de brasas, mientras los sobrevivientes desesperados intentaban beber agua, pero el preciado líquido estaba contaminado por la lluvia cálida y viscosa cargada de material radiactivo. Con la representación de este abrumador pasaje, en cada aniversario, los japoneses y la humanidad sensata, recuerdan la tragedia con un minuto de silencio percibido interminable en todas las latitudes de Oriente a Occidente.
El balance histórico de aquel crimen de lesa humanidad arroja que el bombardeo contra Hiroshima y Nagasaki no estuvo dirigido realmente contra Japón. El pueblo del archipiélago puso las pérdidas humanas y materiales, pero el movimiento inexorable de la política internacional demostró el verdadero propósito de la denominada “diplomacia del chantaje nuclear” conducida por el presidente de Estados Unidos Harry Truman. Su objetivo estuvo calculado y consistió en intimidar a la Unión Soviética, pues el primer estado socialista del mundo había tenido un accionar protagónico, digamos que esencial, en la victoria contra el fascismo en Europa y se convertiría en una de las superpotencias principales del sistema internacional del siglo XX.
Cuando evocamos a Hiroshima y Nagasaki, el pasado nos lleva de la mano a un presente que permanece amenazado por la existencia aproximada de un total de 13 400 ojivas nucleares en poder de nueve países poseedores de esas mortíferas armas. El dato publicado por el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), a principios de 2020, también reflejó que Estados Unidos y Rusia tienen más del 90 % de esas armas y que en comparación con las casi 70 000 ojivas de la época de la Guerra Fría en la década de 1980, las actuales suponen solo una quinta parte, pero suficientes para destruir múltiples veces el planeta Tierra y provocar un definitivo cambio climático global.
A ese enorme poder destructivo se suman los devastadores conflictos armados entre diversas naciones y entre facciones al interior de ellas, los cuales continúan en medio de una pandemia global de Covid-19, por mezquinos intereses geopolíticos y de dominación político-militar, que impiden un cese el fuego global y podrían provocar el estallido de una guerra con armas nucleares. ¿Se imaginan?
Por tanto, la época actual se caracteriza por la existencia de enormes amenazas a la paz y la seguridad internacional. El arma nuclear es la principal amenaza e incorpora un factor de fuerza en la política exterior de las grandes potencias, impidiendo la transformación democrática de las relaciones internacionales.

Los Estados Unidos, la misma superpotencia que ha impuesto el más largo, ilegal e injusto bloqueo económico, comercial y financiero al pueblo cubano, causando enormes daños humanos, han desplegado una intensa actividad política y propagandística para destruir el multilateralismo en las relaciones internacionales. Con su devastadora política, el gobierno de Donald Trump ha desmantelado el sistema de tratados y acuerdos internacionales que sirvieron de cimiento a la arquitectura de seguridad internacional después de la Segunda Guerra Mundial.
En correspondencia con esa orientación militarista y unilateralista, rompió sus responsabilidades con el Tratado de Armas Nucleares de mediano y corto alcance (INF, por sus siglas en inglés), en 2019, y el acuerdo nuclear con Irán firmado por cinco potencias, denominado Grupo 5 + 1, continúa la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el Este y del sistema antimisil de los Estados Unidos hasta las fronteras de Rusia.
Esa peligrosa situación no sorprende a las personas bien informadas. Es bien conocido que los Estados Unidos constituyen los principales promotores del perfeccionamiento de las armas nucleares, de la militarización del ciberespacio y el espacio ultraterrestre. El desarrollo del arma nuclear, y el proceso de desarme entre las grandes potencias, se ha visto acompañado de los nuevos avances tecnológicos en la esfera de la estrategia militar. Las armas nucleares de hoy son mucho más sofisticadas que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
La “Revisión de la Postura Nuclear” adoptada por el gobierno de Donald Trump dejó abierta la posibilidad del uso del arsenal nuclear estadounidense. La pretendida grandeza de los Estados Unidos se compara con el poder de sus armas nucleares. Tamaña aberración e inmoralidad no solo aboga por la permanencia de una estructura de sistema internacional nuclear, sino también estimula el desarrollo de una distribución de poder mundial basada en la proliferación nuclear o el veto por unidad de los actores que logren obtener la máxima dimensión del poder militar mediante el arma nuclear.
Las armas nucleares y los llamados sistemas de defensas antimisiles representan hoy una seria amenaza para la estabilidad y la seguridad internacional, porque estimulan la carrera armamentista y el aumento de los gastos militares. La lucha por su prohibición y eliminación total debería ser la máxima prioridad en la esfera del desarme. La única garantía absoluta de evitar la repetición de la cruel experiencia de Hiroshima y Nagasaki se halla en la total eliminación de las armas nucleares, si se tiene en cuenta que componen la panoplia más peligrosa, destructiva y de mayores efectos indiscriminados entre todos los medios de guerra existentes en la actualidad.
Las concepciones militaristas de los Estados Unidos intentan justificar el empleo de las armas nucleares en la “estrategia de la disuasión nuclear” y en la falsa creencia de que podría asestar impunemente un “primer golpe nuclear” a otras potencias rivales. Por sus catastróficas consecuencias humanitarias, el empleo de las armas nucleares implicaría la violación flagrante de normas internacionales, incluidas las relacionadas con la prevención del genocidio y la protección al medio ambiente.
El uso de armas nucleares es un crimen de guerra. No es posible limitar los devastadores efectos de esas armas pues se prolongan por décadas. El arma nuclear es una afrenta a los principios éticos y morales que deben regir las relaciones entre las naciones, pero, además, un conflicto nuclear significaría la desaparición de la civilización humana. De ahí la importancia de estimular el activismo de la opinión pública internacional a favor del desarme y, en particular, por la eliminación total de las armas nucleares. Esta reivindicación no solo es un deber, sino también un derecho legítimo de los pueblos.
El mantenimiento y modernización de las armas nucleares consume excesivos recursos que pudieran y deberían destinarse al desarrollo económico, la creación de empleos, la reducción de la pobreza y el hambre, la solución de problemas sanitarios, la erradicación del analfabetismo, la prevención y enfrentamiento a los desastres naturales causados por el cambio climático global. Urge reorientar esos recursos hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, contenidos en la Agenda 2030, y el combate a la pandemia de COVID-19 que azota a la humanidad.
Sin embargo, sucede todo lo contrario, los Estados Unidos encabezan la lista de los diez países con mayor gasto militar mundial en 2020, justamente en el contexto de la crisis sanitaria mundial, en la que también es el epicentro de la pandemia de COVID-19 con más de 150 mil fallecidos hasta julio de 2020.

Frente a esa realidad, se debe recordar que América Latina y el Caribe fue la primera región densamente poblada del mundo establecida como Zona Libre de Armas Nucleares, en virtud del Tratado de Tlatelolco. Y es la primera región formalmente proclamada como “Zona de Paz”, en ocasión de la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que se celebró en La Habana, Cuba, en enero de 2014. La proclamación de la Zona de Paz incluye el compromiso de todos los estados de la región de avanzar hacia el desarme nuclear como objetivo prioritario y de contribuir al desarme general y completo.
La aprobación el 7 de julio 2017 en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) del Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares representó un hito histórico que debe ser defendido por los estados y los pueblos amantes de la paz. Este instrumento establece una nueva norma de Derecho Internacional al prohibir las armas nucleares en toda circunstancia.
A 75 años de los criminales bombardeos atómicos contra Hiroshima y Nagasaki, en nuestro movimiento estamos convencidos de que un mundo de paz y sin armas nucleares es posible y necesario para la preservación de nuestra especie. Para lograrlo, como expresara el fundador de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz: “es imprescindible un salto en la conciencia de la humanidad”.
Construyamos un sistema internacional multipolar libre de armas nucleares, cuyas dimensiones del poder abandonen el factor militar, centrándose en el conocimiento científico y las posibilidades infinitas de mejoramiento humano. Solo así podría avanzar la agenda de la paz en solidaridad, cooperación y respeto a la soberanía de los pueblos.
Defendamos sin descanso el derecho a la vida en su armonía con la naturaleza, nuestra madre Tierra.


Fuente: https://cubaporlapaz.wordpress.com/2020/08/03/hiroshima-y-hagasaki-75-aniversario-del-horrendo-crimen-atomico/

 

Por Editor

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