colombiaOTANDespués de un accidentado proceso de paz entre el Estado y la guerrilla de las FARC-EP, que duró más de cuatro años, con varios momentos en que las salidas parecían cerradas, y en medio de un complejo escenario de implementación de lo acordado, el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, anunció en diciembre pasado el inicio de conversaciones con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Según el mandatario, el objetivo de las pláticas es establecer con la Alianza Atlántica un programa de cooperación para la lucha contra el crimen organizado, además de intercambiar información y experiencias en seguridad. Santos, sin dudas, es persistente. Desde el 2013 viene empujando un acuerdo de este tipo con el mayor bloque militar del mundo. En aquel entonces, el pacto versó sobre intercambio de información, mejoramiento de las fuerzas armadas para enfrentar los desafíos de seguridad y transferencia de experiencias en misiones humanitarias y de paz. En aquel momento, el Presidente tuvo tropiezos domésticos, más por política interna que por principios, pero el plan finalmente no tuvo éxito. Hoy, con una correlación interna ligeramente favorable y con un sector bélico ansiado de gestos notables, la OTAN vuelve al llamado de Santos, ¿o viceversa?
Además del importante Acuerdo de Paz firmado con la guerrilla más grande y antigua del continente, proceso por el que Santos recibió el degradado y no compartido premio Nobel de Paz, Colombia es signataria de la proclama de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que declara a América Latina y el Caribe como Zona de Paz. Igualmente, como miembro del Movimiento de Países No Alineados, Colombia está comprometida a no ser parte de alianzas militares. Sin embargo, ninguno de estos tres factores de peso frenó el propósito de ligar a Colombia con la OTAN, bloque bélico que jamás ha tenido a la paz entre sus verdaderos objetivos.
El coqueteo de Colombia con la OTAN no es nuevo. En el 2008, siendo Santos ministro de Defensa en la administración de Álvaro Uribe, comenzaron a ser más visibles los vínculos entre el país sudamericano y la Alianza. Ese año, una delegación de militares y policías colombianos visitó Afganistán con el fin público de trasladar sus experiencias en actividades de desminado, operaciones especiales, lucha contra el terrorismo y el narcotráfico. Aquella importante visita fue reciprocada con el arribo a suelo neogranadino del jefe de la misión de adiestramiento de la OTAN en Afganistán, Bill Caldwell.
Posteriormente se hizo recurrente la asistencia de Colombia a conferencias de la OTAN, hasta que se instaló en Bruselas un equipo militar de enlace entre las fuerzas armadas de Colombia y las atlantistas. Fue el almirante James Stavridis, quien se desempeñó como jefe del Comando Sur (2006-2009), unos de los impulsores de la idea de «conectar» a Colombia con la OTAN, tal y como se expresaba en la «Estrategia del Comando Sur» publicada en el 2007. En esa fecha ya EE.UU. estaba convencido, con razón, que los cambios políticos que se desarrollaban en la región debilitaban de forma preocupante y continúa su histórica hegemonía en la zona. Los vínculos militares de la Venezuela chavista con Rusia, y la decisión del presidente ecuatoriano Rafael Correa de no renovar el acuerdo de la base militar estadounidense de Manta fueron solo dos de las expresiones más visibles, en el campo militar, del giro político que se estaba produciendo. No en balde, en el año 2009, Washington y Bogotá firmaron un acuerdo en el que se le concedía a EE.UU. el derecho de operar en 7 bases de las fuerzas armadas colombianas (2 navales, 2 del ejército y 3 de la aviación).
Aunque el acuerdo fue rechazado por la Corte Constitucional de Colombia en el 2010, quedaron en evidencia los esfuerzos de EE.UU. por profundizar el papel estratégico-militar de Colombia en Suramérica. Colombia ha sido el principal aliado continental de EE.UU. desde comienzos del siglo XX hasta la fecha. Por ello es comprensible que Washington, con Bruselas de la mano, quiera ayudar a «orientar la visión de futuro de las Fuerzas Armadas de Colombia», tal y como expresaba el texto del proyecto de Ley presentado por el ministro de defensa Juan Carlos Pinzón en el 2013 y que fue finalmente rechazado. Pinzón es hoy Embajador del gobierno de Santos en EE.UU. Mientras Pinzón exponía en el Parlamento su proyecto de ley, en La Habana ya sesionaban las conversaciones entre las FARC y el Gobierno. Si no se avanzaba en un acuerdo con la guerrilla, el pacto con la OTAN serviría para continuar la guerra asimétrica contra la insurgencia. Si se lograba un acuerdo, las fuerzas militares tendrían aseguradas su entretenimiento y, como es práctica en estos tipos de pactos, otras fuentes para su presupuesto. Para EE.UU. la «visión de futuro» de unas fuerzas armadas como las colombianas, bien equipadas, entrenadas y con experiencia combativa de corte contrainsurgente, podría estar enfocada a desempeñar un papel activo en las operaciones de la OTAN en el resto del mundo, lo que facilitaría y justificaría mayores niveles de relacionamiento entre Washington y Bogotá en la esfera militar y de seguridad.
En Bruselas, un peón de esta naturaleza sería bien recibido, pues como reza en el espíritu del nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, acordado en Lisboa en el 2010, de lo que se trata es de reducir gastos, compartir responsabilidades y ampliar el radio de influencia. Para Colombia, un país atravesado por las guerras, constituye un serio peligro insertarse en el entramado belicista de la OTAN.
La paz, que apenas comienza a vislumbrarse, correría serios riesgos, más cuando la doctrina del enemigo interno, travestida de actualizados oropeles, goza de buena salud, pues sigue siendo la izquierda la que pone los muertos sin que más de 400 000 uniformados capturen un culpable. 
Para la región, enfrascada en resistir la ofensiva política, económica, mediática y cultural de EE.UU., tras más de 15 años de cambios y avances democráticos y revolucionarios, una Colombia conectada a la OTAN serviría para fortalecer su rol como punta de lanza de EE.UU. en su afán por recomponer su hegemonía en la zona, acentuando el referente militarista de una derecha reacia a acompañar el proceso de integración latinoamericano.

Omar Rafael García Lazo – Analista politico internacional

Fuente:  http://espanol.almayadeen.net/articles/exclusivos/9965/colombia-y-la-otan

Por Editor

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