El 11 de noviembre de 1983 llegó hasta la Plaza de Armas de la Ciudad de Concepción, en Chile, el obrero Sebastián Acevedo. Con un bidón de bencina en sus manos, se rocío sus ropas, y grito: «Que la CNI me devuelva a mis hijos». Acto seguido, encendió fuego y se inmoló como un gesto desesperado de amor y para salvar las vidas de sus dos hijos detenidos días antes por la policía secreta del dictador Pinochet.

Sebastián Acevedo murió horas después pero su objetivo se pudo cumplir porque ante un acto heroico y tan humano como ese los agentes del dictador no tuvieron otra opción que liberar a sus dos hijos con vida.

Esta acción de profundo amor, llevó posteriormente a la creación del Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo que realizó durante el periodo de la dictadura diversas acciones, muchas fuera de los cuarteles de la policía secreta de Pinochet, para denunciar que la Central Nacional de Informaciones (CNI) torturaba a sus prisioneros, muchos de los cuales fueron ejecutados y también hechos desaparecer.

En Chile, de acuerdo a información oficial, hubo más de 37 mil personas que fueron torturadas y sufrieron la prisión política. Pero se estima que son cientos de miles las personas que vivieron este flagelo. Las personas asesinadas y desaparecidas también, en la mayoría de los casos, fueron cruelmente torturadas previamente, y muchos de sus cuerpos enterrados en lugares secretos, dinamitados en algunos casos, y lanzados, otros, al mar «vivos» en los «vuelos de la muerte».

Es bueno recordar que dos de los directores de la CNI, Odlanier Mena y Humberto Gordon, como su Jefe Operativo, Álvaro Corbalán, fueron formados por el Ejército de los Estados Unidos, en la tristemente celebre Escuela de las Américas.

Ahí se enseñaba tortura en los ochenta y ahí, todavía, se sigue promoviendo que todos los métodos de lucha son validos; desde el uso de drones, asesinatos selectivos, sin juicio, hasta las nuevas técnicas de tortura como, una y otra vez, se conoce en los informes revelados en los propios EEUU.

Ahí esta la base militar de Guantánamo todavía donde los prisioneros son torturados y no tiene derecho a un juicio justo, a defensa, y a estar en una cárcel común.

Ahí, siguen en Colombia -los que reciben más asesoría y apoyo de los EEUU, dinero, armas y entrenamiento- los asesinatos por falsos positivos. Y ahí, tan sólo el año pasado, mataron a 45 defensores de derechos humanos y otros 297 recibieron amenazas de forma individual o colectiva.

Ahí en México también -otro de los países que reciben mucho apoyo de EEUU, entrenamiento y armas- siguen 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa y más de 22.610 en todo el país. Y no son sólo crímenes de narcotraficantes como dice la narrativa oficial. Detrás de muchos asesinatos, esta el aparato del Estado, la policía y el ejército. Tan sólo entré 2006 y 2013, se denunciaron 8.150 abusos cometidos por miembros del ejército mexicano contra la población. Y en México las cifras de muertos lejos ya superan más de cien mil.

Finalmente, al recordar a Sebastián Acevedo, recordamos todo lo anterior, y decimos, las sabias palabras de Monseñor Oscar Romero: «No a la tortura, a nadie, en nombre de nada, y bajo ningún pretexto”.

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Por Editor

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